Saturday, 04 de May de 2024


+ Brasil: populismo, pan y circo + Derecha, de regreso al poder




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PARIS, Francia.- La crisis social en Brasil podría transformarse pronto en el efecto samba de los indignados latinoamericanos. Pero sobre todo, implicaría una severa ruptura en el consenso neopopulista que se vio en la reinó como una opción de centro-izquierda.

La presidente Dilma Rousseff quedó pasmada al principio y luego hizo una lectura estratégica equivocada: la movilización en las calles en el escenario de la Copa Confederaciones de futbol no fue por el aumento de ocho centavos de dólar en el transporte público ni por la exigencia de mejores servicios públicos, sino contra la insensibilidad del poder político de la izquierda y la aplicación de programas de distracción de derecha.

 

 

Luego del fracaso desarrollista de Henríquez Cardoso y sin haberle dado una lectura política al caso de Fernando Collor de Mello y la corrupción develada por su hermano Pedro que lo llevo a renunciar en diciembre de 1992, el ciclo progresista-neopopulista de Luiz Ignazio Lula da Silva (2003-2010) y luego Rousseff (2011-2014) parece haber repetido el modelo de Mello de tráfico de poder. La crisis en Brasil obedece a una ruptura de la permeabilidad social entre las bases sociales en constante movilidad y lastimadas por la inseguridad, la corrupción y el bajo nivel de vida y las élites gobernantes aisladas como clase política volcada sobre sí mismo.

 

 

La presidenta de Brasil pareció no haber entendido el mensaje de las masas cuando decidió mantener su estrategia mediática internacional con el futbol de la Confederaciones y la Copa Mundial en el año electoral presidencial de 2014, con la sombra de Lula queriendo regresar al poder. Sin embargo, Brasil estaría entrando en una zona de crisis social entre un gobierno de izquierda pero de perfil neopopulista --sólo programas asistencialistas-- con una derecha consolidada en instancias de poder como la presidencia del Senado y la comisión de derechos humanos de la cámara de diputados. Frente a ello, altos funcionarios de los gobiernos de Lula y Rousseff han caído frente a evidencias de corrupción.

 

 

La calle se ha convertido en el espacio público alternativo de la sociedad cuando el sistema de representación política deja de operar como mecanismo de expresión de las inquietudes sociales. Ocurrió con violencia en los países árabes, también en España con los indignados y en Portugal e Italia ante los recortes sociales de los presupuestos públicos. Lo grave radica en que la calle es ingobernable, como ya lo demostró México en la crisis de violencia juvenil en la toma de posesión del presidente Peña Nieto y en el recordatorio de la represión del 10 de junio de 1971.

 

 

El mensaje de Brasil tiene consideraciones más graves para la izquierda latinoamericana, sobre todo la que se agota en el neopopulismo, como el PRD. La protesta social contra el neoliberalismo suele tener una continuidad contra el neopopulismo en el poder, porque al final de cuentas las medidas de ajuste son las mismas. Ahí es donde existe la preocupación por la crisis de Brasil: una protesta social anárquica, sin liderazgos visibles, producto del hartazgo y el repudio a la demagogia izquierdista, deriva en violencia contra el sistema de representación política.

 

 

Brasil tiene otras señales: desde la primera presidencia de Lula Brasil se apropió de la movilización internacional contra el neoliberalismo conocida como el Foro de Sao Paulo, a partir del criterio de que la izquierda en el poder iba a poder construir un mundo más justo para todos. Pero en lugar de ello, la presidenta izquierdista-neopopulista Rousseff agotó su enfoque social con el futbol como mecanismo de control social, en un país donde el futbol se lleva en la sangre y había operado como un aparato de adormecimiento social. El agobio del futbolista Pelé no puede ser más significativo del colapso del futbol como distracción social.

 

 

Las quejas sociales contra la mediocridad de los servicios públicos refleja otro elemento de la crisis social: servicios ampliados pero ineficientes. El alza de precio en pasajes fue el detonador de una política económica que suele trasladarle al consumidor --el pueblo-- el costo de los ajustes, aunque sin mejorar sus condiciones. Frente ese golpe --no severo pero visible-- y ante el despilfarro por las inversiones públicas en el futbol a la espera de mayor llegada de turismo y una mejor exposición internacional de la segunda fase del milagro brasileño, la sociedad encontró en la calle la puerta de salidas a sus frustraciones personales.

 

 

El efecto samba en la inestabilidad social latinoamericana podría trasminarse a Chile, Argentina, ahora mismo en Nicaragua donde el gobierno sandinista reprime a los solicitantes de beneficios sociales y en el México neopopulista de programas sociales del PRI y de la única oferta del PRD deslumbrado con la popularidad de Lula aunque sin racionalización de las posibilidades y limitaciones del brasileño.

 

 

Las protestas sociales en las calles tienen perfiles antisistémicos, de agotamiento de los mecanismos de control y de encauzamiento de demandas de los sistemas representativos, ante poderes legislativos ajenos a las necesidades sociales y partidos políticos ahogados en sus propias contradicciones de buscar el poder para servirse del poder. Lo grave en este caso es que las oposiciones de izquierda o de centro-progresismo tampoco responden a las demandas de bienestar social en un sistema económico y productivo neoliberal, globalizado y sin opciones estatistas.

 

 

Las protestas estudiantiles violentas en Chile no están encontrando en la candidatura de izquierda de Bachelet las respuestas buscadas, en Argentina se han dado rebeliones al interior del peronismo por la falta de distribución de la riqueza entre… los ricos, en Nicaragua no han presupuesto que alcance porque tiene prioridad la piñata o reparto corrupto de los beneficios entre la élite sandinista y en México el anarquismo podría ser la salida de protesta de sectores sin representatividad social.

 

 

Por eso es que la crisis de Brasil requiere de una observación crítica por parte de las élites del poder latinoamericanas, incluyendo México.

 

 

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